Es común que cuando se le pregunta a la gente aficionada al tango cómo se instaló este berretín en sus vidas, lo atribuyan a la influencia de sus padres, tíos o abuelos milongueros. Según la edad del sujeto, puede haber estado inmerso, o no, en un ambiente social donde el tango fuera una constante. La cuestión es que, con algunas variantes, la gente suele relacionar su ingreso en las filas de los hombres y mujeres sensibles al tango, a circunstancias donde se encuentran en una posición pasiva: es el medio familiar y/o social el que les inculca o los hace beneficiarios de una herencia.
Mi caso no ha sido distinto. Soy hijo de un fundamentalista gardeliano, que se pone traje hasta para venir a casa. Además, guitarrero y cantor. Y si bien crecí en la década del ´60, soy del ´58, pude captar en el ambiente el perfume residual de las décadas anteriores que me cautivó sin remedio.
En casa había cantidad de discos de 78 rpm. que hacían de banda sonora de esta misteriosa ciudad que hasta hace dos décadas todavía conservaba una fisonomía que obligatoriamente remitía a las décadas doradas… Y hasta yo tuve el privilegio, que hoy parece surrealista, de cantar más de una vez en el “Café de los Angelitos”.
Y pensando en estas cosas, descubrí que el ingreso en la tanguidad, como a otras aficiones, no debe de ser tan simple. Se me ocurre que hay, aparte de la herencia recibida pasivamente, un segundo tiempo, una suerte de Confirmación de la fe Tanguera, que es posible rastrear en la memoria, y desde ese recuerdo explicarse muchas cosas de la propia biografía.
Así caí en la cuenta de que si bien mi viejo me vacunó con Gardel en la década de los Beatles, y mi primer desengaño amoroso lo sobrellevé con las grabaciones del Morocho interpretando a Cadícamo (una recopilación en vinilo de 33 1/3 rpm.), todavía no había dado yo el paso fundamental de comprar, elección mediante, mi primer disco de tango. Tendría dieciocho, diecinueve, o tal vez veinte años. Fue el LP “Quejas de Bandoneón”, RCA Víctor AVS 4282. En él escuché por primera vez Pablo, El Africano. Se me metió bajo la piel Quejas de Bandoneón y me rompió la cabeza esa interpretación inigualable de Pa´ que bailen los Muchachos que El Gordo hace con Grela en el año 1961, para siempre…
Ahora quisiera saber por qué “Pichuco” ocupó un lugar tan decisivo en mi vida. Su presencia tanguera la experimento como central. Está en el medio de todo. Es como Gardel pero distinto, porque Gardel, según la certera observación de Jorge Göttling, fue el codificador del tango, está más cerca de los orígenes[1]. En cambio Troilo es un lugar de convergencia, de condensación de lo mejor que había producido el tango hasta ese entonces, 1937 el año del debut de su primera orquesta, y, simplificando, el punto de partida, la incubadora, de la vanguardia que va a liderar Astor Piazzolla. Es cierto que Pugliese y Salgán son insoslayables cuando hablamos de la evolución del tango. Pero yo en ese entonces no lo sabía, no lo notaba. Y pensándolo bien, es posible que mucha gente no lo sepa. De todos modos, aún esta parcialidad está basada en una intuición difícil de explicar, pero que insiste desde hace años y por eso me atrevo a compartir. Hay algo en este Gordo que lo hace más y menos tanguero que los mejores de sus colegas; más conservador y más vanguardista que cualquier otro. ¿Será porque:
“Hermana del aguafuerte de Arlt, de la «cámara canyengue» de Romero, de los versos del Malevo Muñoz y de Julián Centeya, de las prosas porteñas de Olivari y de Mondiola, su obra involucró, a la vez, una latitud enteramente original de arte cuyas distintas dimensiones le han distinguido, en conjunto, entre los mayores talentos musicales surgidos en el Río de la Plata”[2]?
Muchas, o todas, sus grabaciones se me ocurre que podrían ser escuchadas por melómanos exigentes de cualquier lugar del planeta que ignoraran totalmente el tango (no sé si esto es hoy posible), y suscitarían respeto y admiración. Siendo adolescente fantaseaba, al tocar Garúa, que a Beethoven le hubiera gustado ese tango. La melodía de la segunda parte tiene reminiscencias del “pathos” beethoveniano.
La comparación con Gardel no es original pero tampoco caprichosa. Durante el velorio de “Pichuco”, el 20 de mayo de 1975, Federico Silva, amigo y autor de una biografía sobre Troilo[3], escuchó que un hombre anónimo decía: “Chau, Gardel”. Por su parte, Horacio Ferrer sostiene que:
“En estilo diferente pero en proyección semejante a la de Carlos Gardel, ha sido la figura más representativa del tango en la integral estimación de sus valores artísticos y humanos”[4].
ratemos de encontrar las razones lógicas por las cuales Aníbal Carmelo Troilo Bagnolo, porteño a carta cabal, nacido el 11 de julio de 1914, ocupa ese lugar singular dentro del tango. Y digo razones lógicas, porque luego están las otras…aquellas de las que no podemos dar cuenta y con las que es inútil meterse.
Luis A. Sierra[5] habla de un “crisol de modalidades” forjado desde la “gran experiencia recogida en el aprendizaje al lado de Pacho, de Elvino Vardaro, de Osvaldo Pugliese, de Julio De Caro, y de Ciriaco Ortiz” que lo convirtieron en un “bandoneonista eximio” que “reunía en la llamativa síntesis de su estilo, la delicadeza sonora de Pedro Maffia, la brillantez armónica de Pedro Laurenz, y el inconfundible fraseo octavado de Ciriaco Ortiz”. Si estas consideraciones pudieran parecer de difícil comprobación, un repaso por la integración de la primera orquesta puede aportar datos más tangibles. Año 1937: Aníbal Troilo, Juan Miguel Rodríguez (Toto) y Roberto Gianitelli (bandoneones); Reynaldo F. Nichele, José Stilman, y Pedro Sapochnik (violines); Orlando Goñi (piano); Juan Fasio (contrabajo) y la voz de Fiorentino. A partir de ese momento:
“La elección de excelentes ejecutantes para cubrir las plazas de su orquesta a lo largo de más de treinta años de actuación ininterrumpida, fue otra de las virtudes de Aníbal Troilo, quien tuvo en sus filas a instrumentistas de la talla, Hugo Baralis, Toto Rodríguez, Astor Piazzolla, David J. Díaz, Eduardo Marino, Reynaldo F. Nichele, Alfredo Citro, Simón Slotnik, Enrique Díaz (Quicho), Alberto García, Fernando Tell, Domingo Matío, Ernesto Baffa, Nicolás Albero, Juan Alzina, Cayetano Giana, Rafael Del Bagno, Adriano Fanelli, Salvador Farace, Carlos H. Piccione, Antonio Agri, Carmelo Cavallaro, además de los pianistas anteriormente mencionados (Orlando Goñi, José Basso, Carlos Figari, Osvaldo Manzi, Osvaldo Berlingieri, y José Colángelo)”.[6]
¿Y los arregladores?:

Artola , Hétor María
Balcarce, Emilio
Caracciolo, Alberto
De la Fuente, Oscar
Galván, Argentino
Garello, Raúl
Pansera, Roberto
Piazzolla, Astor
Plaza, Julián
Pontier, Armando
Rovira, Eduardo
Salgán, Horacio
Spitalnik, Ismael
Stamponi, Héctor.[7]
..................................................................................Troilo-Fiore-Marino
Como dijo alguien que me oyó recitar esta lista en voz alta: “Estaban todos”. Y, sí. Esta es otra circunstancia que puede emparentar a Pichuco con Gardel: la yunta.
Tanto Gardel como Pichuco fueron poseedores de un talento no sólo enorme sino singular, creador, fundacional. Es posible que sus monumentales presencias no se hubieran podido construir sin la compañía de geniales colaboradores. Difícil pensar a Gardel sin Lepera, sin Ricardo, sin Barbieri, sin Max Glucksmann. Es decir que estos hombres que hoy son verdaderos mitos, podemos considerarlos, entre otras cosas, productos de sendas “conjunciones astrales”, unas condensaciones del destino, que nos ha legado así, algunos de los mayores próceres de nuestra cultura.
De su obra como compositor, ¿qué podemos decir? Son 60 o 61 tangos, según se considere Tu Penúltimo Tango, que “fue escrito por Pichuco para la obra del Teatro Odeón que estaba en cartel en el momento de su muerte. Tenía letra de Cátulo Castillo, pero no conformó al compositor y no fue estrenada. Posteriormente al fallecimiento de Troilo, Cátulo escribió una nueva letra titulada Testamento Tanguero, pero falleció a su vez y no pudo conseguirse la firma legal de la sucesión. Entonces Horacio Ferrer escribió una nueva versión, la tituló Tu Penúltimo Tango y la obra –que Pichuco escribiera para Zita— pudo ser editada en 1976 como póstuma.”[8] Vamos a nombrar algunos, caprichosamente: Toda mi Vida, Pa´ que Bailen los Muchachos, Barrio de Tango, Garúa, Garras, María, Mi Tango Triste, Romance de Barrio, Sur, Che Bandoneón, La Trampera, Responso, Una Canción, Patio Mío, La Cantina, La Última Curda, El Último Farol.
Si más arriba hablábamos de la yunta, no podemos dejar de mencionar el Olimpo de poetas y letristas con los que trabajó. Como este no es un trabajo exhaustivo, voy a cometer injusticias, pero…José María Contursi, Enrique Cadícamo, Homero Manzi, Cátulo Castillo, Homero Expósito, son sólo los insoslayables.
Sus cantores merecen, a mi entender, un estudio aparte. Fueron más de diez y de características muy diferentes entre sí, lo que ameritaría una monografía dedicada a ellos. Pero nombremos los que detrás de Pichuco, van camino de ser mitos: Francisco Fiorentino, Floreal Ruiz, Edmundo Rivero y Roberto Goyeneche.
Llegado a este punto, me doy cuenta de que hablar de Aníbal Troilo, demanda un trabajo mucho más ambicioso que éste. De todos modos, lo único que pretendíamos era contar cómo fue que llegamos nosotros aquí. Quién fue el que nos metió este veneno en la sangre. Mi viejo me hizo querer al tango, pero el que me envició con los barrosos serpenteos del bandoneón fue Pichuco. ¡Qué suerte!
Y bien: si todo lo que dijimos no quedó claro, hagamos una cosa. Pongamos un disco del Gordo, “y la barra completamente agradecida. Sentí la barra:
--Muy bien.
--Salute.”
[1] Göttling, Jorge, Tango, melancólico testigo, Buenos Aires, Ediciones Corregidor 1998, Pág. 16.
[2] Ferrer, Horacio, El Libro del Tango, Crónica y Diccionario, 1850-1977, Buenos Aires, Editorial Galerna 1977, Pág. 734.
[3] Silva, Federico, Informe sobre Troilo, Buenos Aires, ed. Plus Ultra 1978, Pág. 120.
[4] Ferrer, Horacio, op. cit.
[5] Sierra, Luis Adolfo, Historia de la Orquesta Típica, Buenos Aires, A. Peña Lillo, Editor S:R:L:,1976, Pág. 96.
[6] Op. Cit.
[7] Silva, Federico, op. cit., Pág 84.
[8] Op. cit., pág. 38.
Tanto Gardel como Pichuco fueron poseedores de un talento no sólo enorme sino singular, creador, fundacional. Es posible que sus monumentales presencias no se hubieran podido construir sin la compañía de geniales colaboradores. Difícil pensar a Gardel sin Lepera, sin Ricardo, sin Barbieri, sin Max Glucksmann. Es decir que estos hombres que hoy son verdaderos mitos, podemos considerarlos, entre otras cosas, productos de sendas “conjunciones astrales”, unas condensaciones del destino, que nos ha legado así, algunos de los mayores próceres de nuestra cultura.
De su obra como compositor, ¿qué podemos decir? Son 60 o 61 tangos, según se considere Tu Penúltimo Tango, que “fue escrito por Pichuco para la obra del Teatro Odeón que estaba en cartel en el momento de su muerte. Tenía letra de Cátulo Castillo, pero no conformó al compositor y no fue estrenada. Posteriormente al fallecimiento de Troilo, Cátulo escribió una nueva letra titulada Testamento Tanguero, pero falleció a su vez y no pudo conseguirse la firma legal de la sucesión. Entonces Horacio Ferrer escribió una nueva versión, la tituló Tu Penúltimo Tango y la obra –que Pichuco escribiera para Zita— pudo ser editada en 1976 como póstuma.”[8] Vamos a nombrar algunos, caprichosamente: Toda mi Vida, Pa´ que Bailen los Muchachos, Barrio de Tango, Garúa, Garras, María, Mi Tango Triste, Romance de Barrio, Sur, Che Bandoneón, La Trampera, Responso, Una Canción, Patio Mío, La Cantina, La Última Curda, El Último Farol.
Si más arriba hablábamos de la yunta, no podemos dejar de mencionar el Olimpo de poetas y letristas con los que trabajó. Como este no es un trabajo exhaustivo, voy a cometer injusticias, pero…José María Contursi, Enrique Cadícamo, Homero Manzi, Cátulo Castillo, Homero Expósito, son sólo los insoslayables.
Sus cantores merecen, a mi entender, un estudio aparte. Fueron más de diez y de características muy diferentes entre sí, lo que ameritaría una monografía dedicada a ellos. Pero nombremos los que detrás de Pichuco, van camino de ser mitos: Francisco Fiorentino, Floreal Ruiz, Edmundo Rivero y Roberto Goyeneche.
Llegado a este punto, me doy cuenta de que hablar de Aníbal Troilo, demanda un trabajo mucho más ambicioso que éste. De todos modos, lo único que pretendíamos era contar cómo fue que llegamos nosotros aquí. Quién fue el que nos metió este veneno en la sangre. Mi viejo me hizo querer al tango, pero el que me envició con los barrosos serpenteos del bandoneón fue Pichuco. ¡Qué suerte!
Y bien: si todo lo que dijimos no quedó claro, hagamos una cosa. Pongamos un disco del Gordo, “y la barra completamente agradecida. Sentí la barra:
--Muy bien.
--Salute.”
[1] Göttling, Jorge, Tango, melancólico testigo, Buenos Aires, Ediciones Corregidor 1998, Pág. 16.
[2] Ferrer, Horacio, El Libro del Tango, Crónica y Diccionario, 1850-1977, Buenos Aires, Editorial Galerna 1977, Pág. 734.
[3] Silva, Federico, Informe sobre Troilo, Buenos Aires, ed. Plus Ultra 1978, Pág. 120.
[4] Ferrer, Horacio, op. cit.
[5] Sierra, Luis Adolfo, Historia de la Orquesta Típica, Buenos Aires, A. Peña Lillo, Editor S:R:L:,1976, Pág. 96.
[6] Op. Cit.
[7] Silva, Federico, op. cit., Pág 84.
[8] Op. cit., pág. 38.
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