miércoles, 14 de febrero de 2007






¡Qué lo parió a Cadícamo! (2da parte)



En la anterior entrega, hablamos de cómo Enrique Cadícamo sintetiza en un solo verso, el último de la primera parte bis de Madame Ivonne, cuatro elementos que caracterizan excelentemente a la porteñidad: el tango, el mate, la relación con París y la aspiración de contar con una francesita en el haber de uno.

Pero la singular genialidad de esta obra no termina allí. Hay otra característica del porteño que es perfilada por Cadícamo, ya no en la letra como tal, sino en la estructura del tango mismo. Me refiero al contraste entre el nivel discursivo de la primera parte y la primera bis, con respecto de la segunda. Es lo que la semiología describiría como ruptura de la isotopía del discurso. Veamos en qué consiste y, lo más importante, qué es lo que se vislumbra a través de ese recurso poético.



No asombramos a nadie si decimos que una particularidad de los hombres que forjaron el tango -autores, compositores, músicos, literatos, dramaturgos, actores- era una especie de iluminismo reo, de atorrantismo ilustrado. Una mezcla rara de hincha de fútbol y poeta, filósofo y burrero y todas esas combinaciones paradojales que se nos puedan ocurrir. Unos llevaban la parte pulida por fuera y de pronto les brotaba la vena rea; otros al revés, tenían pinta de diplomados en la universidad de la lleca, pero no tardaban en asombrarnos con su erudición y talento. Finas estampas destilando parla rea; pinta y chamuyo rantes sembrados de poesía y novelística francesa, y así. Unos desmintiendo las presunciones de afectación que pudieran caer sobre ellos; otros, como soltando un saber que se escapa por mera turgencia.



Los ejemplos sobran y son de lo más dispares. Así, a vuela pluma, podemos pensar en el mismísimo Gardel, el propio Cadícamo, el Negro Flores, Discépolo, Homero Manzi, Homero Expósito, Jorge Montes (el autor de la novela Jeringa y su continuación Despierta, Jeringa), el recordado Jorge Göttling, etc., etc., etc. Un ejemplo vivo y más cercano, es el de Dolina.
Si lo que estamos tratando de decir no es suficientemente claro, es justamente por lo difícil de aprehender de esta característica tan nuestra. Y es en este punto donde se pone de manifiesto el talento de Cadícamo, que resuelve, otra vez mediante la síntesis poética, la insuficiencia de la prosa ordinaria. Y lo hace rompiendo la isotopía del discurso entre la primera parte y la primera bis, con respecto de la segunda.
Hagamos memoria:

Madame Ivonne
Tango 1933 Música: Eduardo Pereyra Letra: Enrique Cadícamo

1ª parte
Mamuasel Ivonne era una pebeta
que en el barrio posta de viejo Montmartre,
con su pinta brava de alegre griseta
animó la fiesta de Les Quatre Arts.
Era la papusa del barrio latino
que supo a los puntos del verso inspirar...
Pero fue que un día llego un argentino
y a la francesita la hizo suspirar.


2ª parte
Madame Ivonne,
la Cruz del Sur fue como un sino,
Madame Ivonne,
fue como el sino de tu suerte...
Alondra gris,
tu dolor me conmueve,
tu pena es de nieve...
Madame Ivonne...


1ª parte bis
Han pasao diez años que zarpó de Francia,
Mamuasel Ivonne hoy es sólo Madam...
La que al ver que todo quedó en la distancia
con ojos muy tristes bebe su champán.
Ya no es la papusa del Barrio Latino,
ya no es la mistonga florcita de lis,
ya nada le queda... ni aquel argentino
que entre tango y mate la alzó de París.

Salta a la vista que la primera parte y la primera bis, están escritas en un tono coloquial, con algunos lunfardismos y modismos populares, típicos de Buenos Aires. También es oportuno consignar que el sujeto del tango habla de Mamuasel Ivone en tercera persona. Al pasar a la segunda, se produce un fuerte contraste, reflejado por la música que pasa del modo mayor al menor, el cambio a la segunda persona del singular y la adopción de un nivel discursivo, por decirlo así, culto. La presencia de la Cruz del Sur, la palabra sino, la metáfora de la alondra, y sobre todo, la forma de articular estos elementos, genera una disrupción muy patente, que descarta toda casualidad y se evidencia como recurso expresivo.



En conclusión: no parece aventurado atribuir al porteñismo de aquel entonces, esta característica ambigua, este perfil paradojal, forjado en recorridos que unían la Sorbona con lo de María la Vasca, haciendo estación en alguna biblioteca socialista hasta que se hiciera la hora de ayudar a abrir el portón del Hache Nacional, o más modestamente, palpitar un clásico en la cancha de Huracán.



Estas consideraciones están muy lejos de agotar las interpretaciones posibles, que son por definición, infinitas. Sólo pretenden sugerir nuevas miradas sobre tesoros culturales que a tantos años, siguen sorprendiéndonos con su renovada e inagotable riqueza ♠

Buenos Aires, 12 de febrero de2007

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