¡Qué pregunta!
Hay una pregunta que parece acecharnos cada vez que nos enfocamos sobre el tango en general o un aspecto particular de él y que ha dado lugar a encontronazos muy ásperos. El Tango, ¿ha muerto?
El concepto de muerte ha cambiado con los años en el terreno de la biología, en función de las observaciones que la aparatología permite. No obstante sigue siendo, en algún sentido, polémico. Con mucha más razón lo será cuando es una metáfora referida a un objeto cuya sustancia y consistencia no están debidamente definidas. Por lo tanto ya está garantizada una discusión bizantina, generadora de enemistades y rivalidades sin verdadera razón. Si asevero que el tango ha muerto, ¿qué estoy diciendo concretamente? Y si digo que el tango no ha muerto, ¿en qué sentido digo que está vivo?
Voluntariamente voy a saltearme todos los argumentos de polémica futbolística que suelen acompañar al surgimiento de la pregunta o de alguna de las anteriores afirmaciones. Lo único que hasta el momento sabemos es que no conducen a ningún lado. Y como nuestro compromiso implícito es avanzar aunque más no sea un paso, ¿por dónde seguimos?
En primer lugar se me ocurre consignar que nosotros como comunidad, no podemos eludir las tendencias que la sociedad mundial está experimentando. Aunque a algunos nos gustaría, es imposible sustraerse de los alcances de lo que una parte de los especialistas llaman posmodernidad y que sitúa sus albores alrededor de 1921. Desde luego, sus efectos se hicieron patentes bastantes años después, como en toda transformación cultural. No obstante es de sumo interés notar la antigüedad que se le atribuye. ¿Cuál es el eje de estas transformaciones sociales, de las cuales la posmodernidad sería la más reciente, pero de la misma naturaleza que la modernidad y tantas otras? La modalidad de subjetivación. Es decir la manera en que, en relación con esas condiciones cambiantes y cambiadas, el sujeto se constituye como tal. Este punto es medular y se reconoce como crucial en el momento de hacer una interpretación histórica. Es muy difícil ponerse en el lugar de un hombre de la Edad Media. ¿Cómo asumir los valores de Manuel Belgrano? ¿Qué significaba la patria en la mente de San Martín? Se trata de otros hombres. Su subjetividad se forjó al calor de otras ideas, otras cosmovisiones, y como consecuencia, otras concepciones del cuerpo, la vida, la muerte, el amor, el sexo, el honor.
Dentro de la historia del tango, en sus más indiscutibles momentos de vitalidad, es fácil percibir transformaciones. Evolutivas o involutivas, los tangueros aceptamos, sin vacilar, que la distancia recorrida desde Canaro a Troilo o Salgán, desde el Negro Ricardo a Roberto Grela, desde Ciriaco Ortiz a Eduardo Rovira no nos sitúan fuera de los límites del tango. ¿Cuál sería el continuo que nos hace percibir esa diversidad como perteneciente a un mismo género? Arriesgo que bajo esas manifestaciones se percibe que están todas apoyadas en los valores, en los conceptos, en la cosmovisión propia de la modernidad. Tardía, decadente, pero modernidad al fin. Lo propio de la posmodernidad no se manifestaba aún patentemente, sobre todo para el observador no prevenido. Esta observación es apenas esquemática y los procesos son, sin duda, mucho más complejos, carecen de linealidad y están llenos de claroscuros, ambigüedades y contradicciones. Pero no parece arbitrario percibir al tango como producto moderno, en el marco de la entronización de la razón como norma trascendental de la sociedad, como asociado al esparcimiento de los miembros de una sociedad que, mal o bien, se industrializaba. Por la afirmativa o por la negativa, el tango está lleno de valores modernos, como el amor de pareja, la familia (encarnada en la relación madre-hijo), el trabajo, la amistad, el honor, cierto fatalismo frente al despotismo del capital, valoración del saber, la hombría, el coraje, etc. Incluso la idea de Dios no es infrecuente en el tango. Sólo la incipiente presencia del individualismo nos hace pensar en las primeras estribaciones de la posmodernidad en el imaginario tanguero. En este sentido, Jorge Göttling señala que
No es extraño que el tango, en su proceso de maduración no incluya repertorios dirigidos a resaltar o cuestionar la discriminación o la injusticia en su orden más global. La protesta es una entidad ausente, como reflejo de una concepción en la que confluían todos los sectores sociales: el ascenso (de nivel social, cultural o económico) sólo constituía una “cuestión personal” separada del reclamo de reivindicaciones masivas.[1]
Esto que tan sucintamente exponemos nos hace pensar en lo que decíamos más arriba. El sujeto moderno, se cuece de determinada manera. Equivalente a lo que le ocurrió al sujeto del Renacimiento o el de la Edad Media o el posmoderno. Equivalente pero esencialmente distinto. Y en esa diferencia quizá hallemos una respuesta, aunque sea provisional, a la incómoda pregunta del comienzo.
Avanzada ya la posmodernidad, su particular modalidad de subjetivación es evidente y dominante respecto de cualquier otra. No siendo el tema central de este escrito, diremos que la posmodernidad, llamada por otros postmaterialismo, promueve la hibridación, el descentramiento de la autoridad cultural y científica (aspecto que está claramente relacionado con la declinación de la función paterna) y la caída de los grandes relatos de la humanidad. El individualismo exacerbado y su desembocadura en el narcisismo y el autismo, son además un factor de mutación de la noción y percepción del tiempo y la historia.
Podríamos seguir ahondando este tema, por otro lado apasionante, pero lo dicho ya alcanza para darse cuenta de que era inevitable una disrupción social y cultural muy grande. No sólo entre nosotros, en el ámbito de la porteñidad, sino en todo el mundo occidental. Urbi et orbi.
Invirtiendo el enfoque que nos llevó del tango al sujeto, pensemos que la cultura es una creación colectiva. De modo que si aceptamos lo dicho más arriba, el tango en los términos consensuados por la “comunidad tanguera”, carece de los sujetos que típicamente le daban orígen y sustento. Como me dijo una vez mi padre, “lo que ha muerto es el porteñismo de entonces”. Por su parte Francisco García Jiménez en El Tango Historia de Medio Siglo[2], dice en un momento determinado: “La gente de aquella Buenos Aires inolvidable –¡y tan irrecuperable!—de la tercera década…” Creo que en este sentido no puedo añadir más.
Lo que queda por dilucidar ahora son los alcances de estas conclusiones sobre la actividad tanguera presente y futura.
Alguien dijo que lo que se está viviendo actualmente no es un resurgimiento del tango, sino un resurgimiento del interés por el tango. Parece acertado. Si bien es cierto que hay que distinguir el desparejo desenvolvimiento de los distintos aspectos de la actividad tanguera, música-letra-danza-teatro-literatura-pintura, el panorama actual no muestra continuidad con ninguna época precedente, ni siquiera en el baile, en razón de que lo que fue actividad transversal y vinculante de la sociedad porteña hasta mediados de la década del ´50, hoy es patrimonio de un reducido y heterodoxo círculo de porteños y una comunidad de difícil censo de extranjeros que lo practican aquí y en diversos lugares del mundo, animados a veces por extrañas concepciones del espíritu que le dio origen.
Ese renovado interés, tiene varios puntos de apoyo. De más está decir que el tango, antes como ahora, estuvo marcado por una faz industrial. La impúdica expresión industrias culturales, nos da la pauta de cómo están ordenados los valores a la hora de abordar la cultura. Pero más allá de esto, hay algo que mueve aquí y allende los mares un foco de fascinación que reconoce pocos pares en el mundo. Por un lado está la belleza y la perfección de las piezas culminantes del género (que, nótese, existen en un número que desafía las estadísticas). Pero además circulan aún entre las fibras del tango valores y conceptos de la vida que son justamente los que se han diluido en los solventes de la posmodernidad, y que parecen apetecernos por diversas razones que van desde el ennoblecimiento que suele amnistiar a todo tiempo pasado, hasta la sed de abrazo en un mundo dominado por el mero interés, pasando por los signos de un modo de ordenamiento social que con todos sus defectos, era por lo menos viable, y le obligaba a cualquier pelandrún a respetar una urbanidad básica.
En otro orden de cosas, un viejo maestro, hablando del panorama de la música clásica, la música especulativa, me decía hace muchos años que hay momentos de la historia que son de creación, y otros que son de manifestación de las posibilidades de esas creaciones. Esto parece ser enteramente aplicable al tango. Son claramente ubicables los períodos ricos en creaciones geniales. Es posiblemente este el desafío que presenta nuestro tiempo. Y tal vez algunos lo hayan comprendido clara y tempranamente. Son innumerables los ejemplos que podemos citar a favor y contra de lo que afirmamos, pero de todos modos parece una concepción verosímil de la historia del arte y de la ciencia.
No obstante no se nos escapa que aún en la perspectiva del párrafo anterior, la falta del “el porteñismo de entonces”, que decía mi padre, y de “La gente de aquella Buenos Aires inolvidable –¡y tan irrecuperable!—de la tercera década…”, que añoraba García Jiménez, posiblemente harán que muchas de las manifestaciones artísticas de este período nos resulten extrañas, por lo menos a cierta parte de los tangueros.
Finalmente no quiero dejar de lado un criterio que, si bien es de resbaloso manejo, se hace de imprescindible aplicación. Me refiero a la buena o mala fe con que se produce un hecho cultural o pretendidamente cultural. Cuando a diario nos enfrentamos con un producto de naturaleza artística, suele ser bastante evidente cuando fue hecho “desde el bobo”, aunque su calidad sea precaria, y cuando fue hecho por una mente oportunista y mercantil. Claro está que el criterio a aplicar es de difícil objetivación en algunos casos fronterizos; no así en otros más claros. Deberemos entonces conformarnos con aplicar nuestro porteño manyamiento y darles la cana a los truchos. Bastará en todo caso con fundamentar nuestro dictamen para prevenir la arbitrariedad.
Dejo abierto el debate esperando haber señalado algunas sendas por las que profundizarlo, sin ánimo de polemizar en forma estéril. Todo aporte sincero nos enriquecerá seguramente.
Buenos Aires, 19 de marzo de 2007.
[1] Göttling, Jorge, Tango, melancólico testigo, Corregidor, Buenos Aires, 1998, pág. 25.
[2] García Jiménez, Francisco, El tango, Historia de Midio Siglo 1880 /1930, EUDEBA, 1964, pág. 73.
martes, 20 de marzo de 2007
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3 comentarios:
Hemos discutido este tema muchas veces, si el tango a muerto…fue suicidio. ¿Ha muerto el porteñismo de entonces? [También fue suicidio.
La prudencia porteña tiene una frase para prevenir a los que lesionan con su atolondramiento las incumbencias del Estado. “No te metás” dice el porteño]. Esta frase inscripta por Scalabrini Ortiz al igual que: [El porteño es el tipo de una sociedad individualista, formada por individuos yuxtapuestos, aglutinados por una sola veneración: la raza que está formando].
Quizá no fue un suicidio, simplemente fue un fracaso. El porteñismo de aquel entonces fracasó y arrastró al tango. Escucharlo, cantarlo o bailarlo le hacía recordar su fracaso y así fue como ese hombre de Corrientes y Esmeralda, miró para otro lado y con la cabeza baja dijo para sus adentros “No te metás”.
Delegó su destino al Estado y así nos ha tocado vivir el Proceso y luego… democracias corruptas. Mientras que los padres de mi generación, los porteños de entonces, solo se preocupaban por que saliéramos de casa portando documentos.
En las fotos de la boda de mis padres, en las de mis primeros cumpleaños, en fotos de quien fue mi suegro, hay muchos gardelitos, el mismo general era un gardelito. Habían pasado ya varios años de la muerte de Gardel y su imagen continuaba siendo muy fuerte y modelo de hombre. Pero el porteño cayó en su propia trampa “No te metás”
Hoy como neotanguera (tanguera por opción y no por herencia) respeto a los que intentan sacar a flote el tango que cayó por arrastre.
La gente joven que lo intenta enfrenta muchas dificultades, pero la mas fuerte es la falta de transferencia, el porteñismo de entonces le dejó por herencia poco.
Carlos, en mi modesta opinion el tango esta muertisimo. Yo, como Nora, llegue al tango hace 3 o 4 años, tengo 27, y por influencia de mi maestro de pintura quien tiene carnet de tanguero vitalicio. Con el siempre discutimos sobre "la muerte del tango". Yo sostengo que si, que esta muerto, pero que vive en nuestros corazones. El tango ya no es mas cultura popular, como lo fue.
El ambito social que le dio vida, o desaparecio o se olvido de el, pero lo cierto es que es muy poca la gente que hoy en dia cultiva el tango. Algunos lo citan cuando necesitan enumerar 5 cosas que nos distingan como pais y nada mas.
El Bandoneon, instrumento insignia de esta musica, ya ni se fabrica, y los que quedan, de la decada del 40, se los venden a los gringos por fortunas. ¿Cuantas radios de audiencia masiva pasan tango en horarios centrales?. Si eso sucede los fusilan. ¿Porque?, porque el tango comenzo a cobrar una fama funesta, no se bien cuando, acusado de ser una musica lugubre y melancolica, de viejos fachos. Este tipo de caricatura incluso se ha dibujado en los sectores sociales mas Psico-progres.
Como dije antes, el tango esta muerto, pero vive en nuestros corazones.
Hoy, cinco años después, te contesto que seguramente tenés razón, y es lo que sostengo en este artículo. Lo que genera cierta pregunta residual es ¿qué hace que aún nos ocupemos con tanto interés? Nos despierta pasiones que no se parecen a ninguna otra. Hay muchas cosas interesantes y muertas... sin embargo no les entregamos tan generosamente nuestro tiempo, nuestra energía, nuestro amor.
La sensación de que el tango ha muerto, lo acompaña desde lo que nosotros consideramos sus comienzos. Y hoy en el 2012, nos sigue vinculando a vos y a mí a pesar de todo. De todo. Gracias por el comentario, gracias por existir.
Carlos
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