El Tango como regulador de la vida social
Los tangueros sabemos que el tango es más que letra, música, baile social. También es literatura, teatro, pintura. Por qué no, moda, si por esto entendemos una forma de vestir y calzar. Se ha dicho que es mitología, filosofía y hasta religión. Yo mismo he barajado la ida de que es una forma de adquirir conocimientos. Claro está, conocimientos sesgados por el tango. Así pues, de la frecuentación y la práctica tangueras, podemos extraer algunos conocimientos sobre nosotros mismos como comunidad y como individuos.
En cuanto a lo primero, lo más evidente aunque no lo único, tiene que ver con resituarnos en el contexto mundial desde una cultura que, hemos comenzado a percibir, es consistente y valiosa.
También da cuenta de valores y modos de hacer[1] que han ido cambiando o desapareciendo, generalmente para mal. La amistad, el coraje, el honor o, más modestamente, la simple dignidad o el porteñismo están hoy connotados de una nostalgia muy elocuente. Y si bien es cierto que en general estas formas de comparación o balance nos dan una sensación más bien oscura, el relativo reverdecimiento del interés por el tango quizás nos hable de cierto tipo de reclamo que desde algún rincón de nuestro interior se está produciendo. En este sentido es llamativa la fascinación que ejerce sobre una cantidad asombrosa de extranjeros, que parecen encontrar en él condimentos que no están presentes en sus respectivas culturas.
Este proceso cognoscitivo que se produce ya desde la mera aproximación y frecuentación del tango, se acentúa mucho si el sujeto aborda alguna praxis tanguera, como bailarlo, cantarlo, tocarlo, o cierta combinación de ellas. Es entonces que se sufre una confrontación con los contenidos propios del tango que puede resultar crucial, en el sentido de exigir una verdadera opción, una asunción de la identidad en distintos niveles y sus consecuencias.
La manifestación más patente de todo esto se da en el
baile, teatro de operaciones de un sofisticado juego de seducción y conquista amorosa. Aquí se vuelve insoslayable una forma muy determinada del desempeño de la masculinidad y de la feminidad, además, concurrentes. Como es fácil predecir, esto coloca blanco sobre negro la crisis de género posmoderna. Y entonces pueden ocurrir varias cosas: que el sujeto se sienta francamente incapaz de amoldarse a esta modalidad; que el tango le confirme que “está en la huella”; o que le señale un mayor o menor grado de desajuste a la vez que le provea de los elementos para restituirse una porteña masculinidad o feminidad. Y es que la desaparición de estas prácticas sociales, que excedían en mucho el simple esparcimiento, ha contribuido, a modo de factor local, al ya universal y creciente desencuentro entre hombres y mujeres.
Hace pocos días, tuve la fortuna de compartir una cena con un verdadero caballero de la milonga y su esposa. Impecable estampa, sobrio y elegante en su baile, su conversación trasuntaba una singular sabiduría. Desde luego, el tema obligado entre otros que tocamos, fue el baile. Inevitablemente caímos en ese terreno que tiene que ver con las incomodidades que producen las pistas cuando están demasiado concurridas, y en la caracterización siempre difícil de qué es bailar bien. Y fue aquí que me sorprendió mi interlocutor al hablar de cosas conocidas pero con una gracia y una lógica que ameritan que las compartamos.
Al tocar el tópico de la necesidad de que el hombre espere a que la mujer pise para continuar la secuencia de pasos, es decir, que el hombre no se anticipe sino que le de tiempo a depositar su peso en el pie correspondiente, me dijo más o menos así: “Pero es claro, si es como abrirle la puerta de un coche para que suba y luego cerrársela con suavidad.” La elocuencia del ejemplo puede serle útil a más de un profesor de baile.
Más tarde, hablando de urbanidad, ya no al interior, sino con las otras parejas, con la naturalidad del que tiene las ideas muy claras, dijo: “El límite de los pasos es este” e hizo el gesto del asimétrico abrazo tanguero. “Uno en este espacio puede hacer lo que quiera. Pero si sobresale de la carrocería más de 20 centímetros hay que ponerle un trapo rojo.”
Quizá la riqueza y las posibilidades de desarrollo y aplicación de estas cuestiones radiquen en su simplicidad. Y si bien la sociedad en los últimos cincuenta años desmanteló una forma de vida porque tenía muchas fallas, no obstante lo cual funcionaba, y la reemplazó por, digámoslo así, por nada, el tango se nos presenta como una especie de reservorio que guarda un modelo de relación social al que quizá hubiera que recurrir para hacer más llevaderas las características de la posmodernidad. Tal vez algunos lo estemos haciendo♠
1 de agosto de 2006
Carlos Rodríguez Moreno
rodriguezmoreno@gmx.net
[1] Permítasenos aclarar brevemente que para nosotros, el tango es ante todo una manera de hacer, casi con independencia de lo que se haga. Esto es lo que llamamos tanguidad, concepto afín con el de porteñismo.
Los tangueros sabemos que el tango es más que letra, música, baile social. También es literatura, teatro, pintura. Por qué no, moda, si por esto entendemos una forma de vestir y calzar. Se ha dicho que es mitología, filosofía y hasta religión. Yo mismo he barajado la ida de que es una forma de adquirir conocimientos. Claro está, conocimientos sesgados por el tango. Así pues, de la frecuentación y la práctica tangueras, podemos extraer algunos conocimientos sobre nosotros mismos como comunidad y como individuos.
En cuanto a lo primero, lo más evidente aunque no lo único, tiene que ver con resituarnos en el contexto mundial desde una cultura que, hemos comenzado a percibir, es consistente y valiosa.
También da cuenta de valores y modos de hacer[1] que han ido cambiando o desapareciendo, generalmente para mal. La amistad, el coraje, el honor o, más modestamente, la simple dignidad o el porteñismo están hoy connotados de una nostalgia muy elocuente. Y si bien es cierto que en general estas formas de comparación o balance nos dan una sensación más bien oscura, el relativo reverdecimiento del interés por el tango quizás nos hable de cierto tipo de reclamo que desde algún rincón de nuestro interior se está produciendo. En este sentido es llamativa la fascinación que ejerce sobre una cantidad asombrosa de extranjeros, que parecen encontrar en él condimentos que no están presentes en sus respectivas culturas.
Este proceso cognoscitivo que se produce ya desde la mera aproximación y frecuentación del tango, se acentúa mucho si el sujeto aborda alguna praxis tanguera, como bailarlo, cantarlo, tocarlo, o cierta combinación de ellas. Es entonces que se sufre una confrontación con los contenidos propios del tango que puede resultar crucial, en el sentido de exigir una verdadera opción, una asunción de la identidad en distintos niveles y sus consecuencias.
La manifestación más patente de todo esto se da en el
Hace pocos días, tuve la fortuna de compartir una cena con un verdadero caballero de la milonga y su esposa. Impecable estampa, sobrio y elegante en su baile, su conversación trasuntaba una singular sabiduría. Desde luego, el tema obligado entre otros que tocamos, fue el baile. Inevitablemente caímos en ese terreno que tiene que ver con las incomodidades que producen las pistas cuando están demasiado concurridas, y en la caracterización siempre difícil de qué es bailar bien. Y fue aquí que me sorprendió mi interlocutor al hablar de cosas conocidas pero con una gracia y una lógica que ameritan que las compartamos.
Al tocar el tópico de la necesidad de que el hombre espere a que la mujer pise para continuar la secuencia de pasos, es decir, que el hombre no se anticipe sino que le de tiempo a depositar su peso en el pie correspondiente, me dijo más o menos así: “Pero es claro, si es como abrirle la puerta de un coche para que suba y luego cerrársela con suavidad.” La elocuencia del ejemplo puede serle útil a más de un profesor de baile.
Más tarde, hablando de urbanidad, ya no al interior, sino con las otras parejas, con la naturalidad del que tiene las ideas muy claras, dijo: “El límite de los pasos es este” e hizo el gesto del asimétrico abrazo tanguero. “Uno en este espacio puede hacer lo que quiera. Pero si sobresale de la carrocería más de 20 centímetros hay que ponerle un trapo rojo.”
Quizá la riqueza y las posibilidades de desarrollo y aplicación de estas cuestiones radiquen en su simplicidad. Y si bien la sociedad en los últimos cincuenta años desmanteló una forma de vida porque tenía muchas fallas, no obstante lo cual funcionaba, y la reemplazó por, digámoslo así, por nada, el tango se nos presenta como una especie de reservorio que guarda un modelo de relación social al que quizá hubiera que recurrir para hacer más llevaderas las características de la posmodernidad. Tal vez algunos lo estemos haciendo♠
1 de agosto de 2006
Carlos Rodríguez Moreno
rodriguezmoreno@gmx.net
[1] Permítasenos aclarar brevemente que para nosotros, el tango es ante todo una manera de hacer, casi con independencia de lo que se haga. Esto es lo que llamamos tanguidad, concepto afín con el de porteñismo.
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